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lunes, 14 de abril de 2008

La soga, Alfred Hitchcock, 1948.




La soga, como veo escrito por ahí, y como ya me contara Juan de Dios Salas, que de cine sabe bastante, es un puro alarde técnico que "el divino gordito" (como dijeran Faemino y Cansado), se saca de la manga con una (casi) perfección de 81 minutos espectaculares.

Un guión excelente. Una trama apasionante donde acompañamos en todo momento a los dos protagonistas -el asesino implacable que busca reconocimiento, y el culpable que busca redención- al protagonista que desenlaza la trama -James Stewart-, y cómo no, al gran ausente y verdadero protagonista: el producto de la ambiciosa perfección anhelada por los principales protagonistas.

Cómo se distorsionan las buenas ideas; cómo se critica el paso de la teoría perfecta de "salón" a la práctica en la realidad -espacio público/espacio privado-; cómo el director nos hace cómplices de algo que podemos o no aceptar, pero sin dejar de sentir el atractivo por la aventura...

La vanidad, la necesidad de poder reconocido, la culpabilidad y la normalidad de la última escena -recordemos que toda la película es un plano-secuencia, alarde técnico como alarde es la historia-
son características que Hitchcock supo manejar como él sabía hacerlo: rozando la pefección sin caer en ella, porque claro, sabía que lo perfecto... aburre.

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