Mi tío, Jacques Tati, 1958.
Leo que hace cincuentas años ya. Qué película.
Una, junto a Las vacaciones de M. Hulot de mis favoritas de este pintoresco director francés.
Crítica con humor fino y descarnado de una sociedad que "se rompe las pelotas" por el dinero y el supuesto bienestar que éste conlleva...
Entrañable relación entre el sobrino y Hulot, poniendo de manifiesto que las buenas personas no tienen por qué seguir los parámetros del "triunfador" o la "triunfadora" reconocidos socialmente. Parece que lo obvio es reconocer dos estados naturales del hombre: o eres un triunfador (a costa de lo que sea) o eres un pobre desgraciado (y te lo repetirán toda tu vida).
El personaje de Tati rompe moldes gracias a su "pureza": es un desgraciado puro, un puro despistado, un buenazo que se ríe de esa idea salvadora de que el progreso es la llave mágica que abre todas las puertas cerradas a cal y canto por nuestra necedad e ignorancia: la fe en ese dios llamado "capital" y algunos de sus nuevos sacerdotes (los medios de comunicación, las multinacionales o los negocios travestidos de deporte, la izquierda social y adinerada...) nos disipan las grandes ideas en que se tiene que centrar una sociedad no puramente animal: respeto, justicia, tolerancia bien llevada y libertad para afrontar ser mejor persona cada día.
Como es habitual, los diálogos son justos, apropiados y nada excesivos, concediéndole primacía a la imagen y al desarrollo visual de las escenas.
Memorable escena: el trabajo conseguido por su cuñado no es el adecuado para Hulot...
Entrañable relación entre el sobrino y Hulot, poniendo de manifiesto que las buenas personas no tienen por qué seguir los parámetros del "triunfador" o la "triunfadora" reconocidos socialmente. Parece que lo obvio es reconocer dos estados naturales del hombre: o eres un triunfador (a costa de lo que sea) o eres un pobre desgraciado (y te lo repetirán toda tu vida).
El personaje de Tati rompe moldes gracias a su "pureza": es un desgraciado puro, un puro despistado, un buenazo que se ríe de esa idea salvadora de que el progreso es la llave mágica que abre todas las puertas cerradas a cal y canto por nuestra necedad e ignorancia: la fe en ese dios llamado "capital" y algunos de sus nuevos sacerdotes (los medios de comunicación, las multinacionales o los negocios travestidos de deporte, la izquierda social y adinerada...) nos disipan las grandes ideas en que se tiene que centrar una sociedad no puramente animal: respeto, justicia, tolerancia bien llevada y libertad para afrontar ser mejor persona cada día.
Como es habitual, los diálogos son justos, apropiados y nada excesivos, concediéndole primacía a la imagen y al desarrollo visual de las escenas.
Memorable escena: el trabajo conseguido por su cuñado no es el adecuado para Hulot...
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