...que no es poco.
Hay momentos en que mis cónqueres se revuelven, como queriendo estirar la piel que la vida me proporcionó en un momento traumático, organizando una lucha sin cuartel contra mi dormido y desprotegido sénser.
Ansío la belleza del anochecer tranquilo, la pureza de la sonrisa encandiladora de una niña y la paz que muy de vez en cuando regalo a mis cojones.
Espero, y como tal, equivocado me hallo.
Me enciendo un cigarro y pienso que el eferalgan me salve de algo; qué iluso, divago, si no me salvo yo...
En un momento de mi vida, luchar se ha convertido en un verbo transitorio, de estos de pasada, que reconoces como tuyo en algún pasado extraño del que recuerdas colores, formas y aromas. Pero para nada pelear más. Reconocerse, conocerse. Sorprenderse y currar. Currarte, vamos.
Francamente, he de escribir que la poesía tiene la magia de los perros muertos, el instinto de la famosa mantis tras el coito (¿el macho, la hembra? sólo uno quedará, en plan Who wants to live for ever...?), la pasión del amante que llora sobre el amado dormido tras su última madrugada, la mirada sonriente de algunos sénseres de pequeña estatura, las ojeras de ella, el maquillaje corrido del clown, la asociación de ideas que hace que la carcajada fluya como si fuera el estado natural del hombre...
Rasuro el cielo de mis ideas con una mano que Dios ofreció a otro, con unas pupilas que no son las mías: ayer volví a sentirme joker, comodín, palaciego bufón del otro.
Aun así, en situaciones amorosas, pienso en Casanova, en su afán de curiosidad por todo, en su deseo de procurar la felicidad en la otra persona, en sus ansias de placer sin límites y en su desvergozada mano de setenta años traduciendo lo que su corazón y su cerebelo chico le dictaban. Qué artista. El deseo, como tal, es intraducible: por lo tanto, las dos partes están ahí: hoy me inclino por pensar que es impresionante el intentar ponerlo por escrito, el procurar que nuestras siempre faltas de sentido en este tema, palabras, magnifiquen tanto algo tan efímero como hermoso.
Hay momentos en que mis cónqueres se revuelven, como queriendo estirar la piel que la vida me proporcionó en un momento traumático, organizando una lucha sin cuartel contra mi dormido y desprotegido sénser.
Ansío la belleza del anochecer tranquilo, la pureza de la sonrisa encandiladora de una niña y la paz que muy de vez en cuando regalo a mis cojones.
Espero, y como tal, equivocado me hallo.
Me enciendo un cigarro y pienso que el eferalgan me salve de algo; qué iluso, divago, si no me salvo yo...
En un momento de mi vida, luchar se ha convertido en un verbo transitorio, de estos de pasada, que reconoces como tuyo en algún pasado extraño del que recuerdas colores, formas y aromas. Pero para nada pelear más. Reconocerse, conocerse. Sorprenderse y currar. Currarte, vamos.
Francamente, he de escribir que la poesía tiene la magia de los perros muertos, el instinto de la famosa mantis tras el coito (¿el macho, la hembra? sólo uno quedará, en plan Who wants to live for ever...?), la pasión del amante que llora sobre el amado dormido tras su última madrugada, la mirada sonriente de algunos sénseres de pequeña estatura, las ojeras de ella, el maquillaje corrido del clown, la asociación de ideas que hace que la carcajada fluya como si fuera el estado natural del hombre...
Rasuro el cielo de mis ideas con una mano que Dios ofreció a otro, con unas pupilas que no son las mías: ayer volví a sentirme joker, comodín, palaciego bufón del otro.
Aun así, en situaciones amorosas, pienso en Casanova, en su afán de curiosidad por todo, en su deseo de procurar la felicidad en la otra persona, en sus ansias de placer sin límites y en su desvergozada mano de setenta años traduciendo lo que su corazón y su cerebelo chico le dictaban. Qué artista. El deseo, como tal, es intraducible: por lo tanto, las dos partes están ahí: hoy me inclino por pensar que es impresionante el intentar ponerlo por escrito, el procurar que nuestras siempre faltas de sentido en este tema, palabras, magnifiquen tanto algo tan efímero como hermoso.
Lucía, Serrat.
Whole lotta love, Led Zeppelin.
Is this love, Bob Marley.
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