Se levanta cada mañana y se acicala para ir a un trabajo que no le gusta. Hoy, como tantos otros días se mira al espejo y descubre que su padre llevaba razón. Siempre le decía que las mujeres son todas iguales: egoístas, vanidosas y volubles. Va a la cocina: ella ya está levantada y los "buenos días" tiritan en sus labios, caen al suelo, ni siquiera le mira a la cara, ¿por qué no me miras?, grita él, mírame joder, soy tu marido, qué te pasa, por qué me enfadas, la coge, la zarandea, gritos, miedo, terror, ojos desorbitados...
Se levanta cada mañana y se olvida de sí misma: piensa en que todo esté perfecto, pero algo ocurrirá, siempre pasa: que no se enfade, Dios, que no piense nada raro, prepara el café, que se vaya, las tostadas, a ver, el zumo, hace unos años no era tan violento, de qué tiene miedo, se toca el labio superior: lo tiene hinchado, le escuece. Lo oye llegar. Tiembla. Baja la mirada, buenos días...
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